Había una vez, en un pequeño pueblo, una quesería famosa por sus deliciosos quesos. Debajo de ella, en las profundidades de un oscuro sótano, vivía una colonia de ratas. Durante años, las ratas habían disfrutado de una vida fácil, alimentándose de los restos de queso que caían de la fábrica. No tenían que esforzarse ni trabajar, pues el queso llegaba a ellas sin mayor esfuerzo.

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Un día, la quesería cerró sus puertas. El dueño se había jubilado, y nadie más quiso hacerse cargo del negocio. Las ratas, acostumbradas a su cómoda vida, se encontraron de repente sin su fuente de alimento. Desesperadas, decidieron organizarse.

«¡Esto es injusto!» gritó una rata anciana, levantando una pata en señal de protesta. «Tenemos derecho al queso. ¡Es nuestro sustento!»

 

Las ratas, inspiradas por sus palabras, formaron un sindicato. Tenemos Derechos, gritaron. Escribieron cartas de reclamo, organizaron marchas ,  hicieron paros, bloqueando los túneles que llevaban a la antigua quesería. «¡Queremos queso! ¡Queremos queso!» coreaban en sus pequeñas voces.

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Pero, por más que protestaron, el queso no volvió. La quesería estaba cerrada, y nadie podía hacer nada para cambiarlo.

Finalmente, una rata joven, más sabia que las demás, les dijo: «Amigas, hemos pasado tanto tiempo dependiendo de lo que caía de arriba que olvidamos cómo valernos por nosotras mismas. En lugar de protestar por lo que ya no existe, ¿por qué no buscamos nuestra propia comida? Hay un gran mundo allá afuera, lleno de oportunidades.»Las ratas, al principio reacias, decidieron seguir su consejo. Aprendieron a buscar alimento en otros lugares, a trabajar en equipo y a valerse por sí mismas. Con el tiempo, descubrieron que eran capaces de mucho más de lo que creían.

Y así, la colonia de ratas no solo sobrevivió, sino que prosperó, aprendiendo una valiosa lección: “no se puede depender eternamente de lo que otros proveen; a veces, es necesario esforzarse y adaptarse para salir adelante”.

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