Existen aproximadamente unas once mil escuelas en zonas aisladas y de frontera en nuestro país que cumplen una tarea fundamental para el estado. Generalmente tienen un solo maestro o maestra a cargo de todos los grados que no sólo enseñan a leer y escribir sino también a trabajar la tierra y a criar animales, y muchas veces están tan lejos de los hogares que los niños deben pernoctar y hasta pasar temporadas en ellas al cuidado abnegado de los docentes.
Estas escuelas no podrían subsistir de no ser por la profunda vocación y el enorme cariño de los docentes, que no son sólo maestros sino también en muchos casos casi padres de sus alumnos, y se encargan de todas las tareas y necesidades de la vida en los establecimientos: comidas, vestimenta, útiles, mantenimiento, salud.
Las carencias y las dificultades son muchísimas, quizás demasiadas para lo que un ser humano medio, acostumbrado a las comodidades y facilidades de las grandes urbes, podría soportar. Pero gracias a estos miles de «héroes» que podemos encontrar a lo largo de todo nuestro país, hay muchos chicos que aún pueden soñar con forjarse un futuro mejor para ellos y sus familias.
«Una nación es soberana si educa a su pueblo»